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Los antiguos griegos derramaban sangre al botar los barcos para asegurarse la benevolencia de sus dioses. Con el paso de los siglos la sangre se convirtió en vino. Las supersticiones se extendieron a lo largo de la historia respecto a los barcos en los que no se había respetado la tradición. Un antiguo refrán decía incluso que "barco que no haya probado vino probará sangre".
La botadura del Titanic, que fue en 1911 y sin el usual bautizo, parecía confirmar los malos augurios: se hundió sin llegar a destino.
El rito ha ido evolucionando hasta convertir en habitual la botadura y la rotura de la botella sobre el casco del buque. Se trata de una costumbre originariamente española y que luego se extendió por todo el mundo. Empezó cuando Don Juan de Austria (1547-1578) lanzó una botella de vino, medio en broma y quizá algo en rito, sobre la proa de un navío que iba rumbo a América. Aunque, por cierto, este naufragó... Holanda tomó la idea e hizo de ella costumbre, utilizando una botella de champán. El mundo entero la imitó y regresó a España "por las aguas bautismales".
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