La ortiga es una planta herbácea invasiva de la familia de las urticáceas. A pesar de su mala fama es muy nutritiva. Escoge suelos ricos en materia orgánica para obtener minerales como el hierro, el magnesio o el sílice. Crece espontáneamente sin necesidad de riego o abono.
De la ortiga se comen las hojas (contienen más vitamina C que la naranja y más proteínas que la espinaca) y las semillas, que son muy agradables de masticar.
El griego Aristófanes (446 a. C.) afirmaba que ya se cosechaba en su tiempo. Los campesinos franceses solían darlas a comer a sus aves. También elaboraban su conocida sopa de ortigas. Se describe en algunos tratados de cocina y consistía en: hojas de ortiga (retiradas con guantes ya que son urticantes), patatas tiernas, cebollas blancas, mantequilla, crema de leche, sal y unas hojas de cilantro.
Tiene poder antiséptico y los antiguos campesinos franceses envolvían sus carnes con hojas de ortiga para conservarlas.
La cocina actual vegetariana las ha puesto de moda de nuevo. Si disponemos de ortigas frescas, debemos chafar sus hojas, envueltas en un lienzo, con un rollo de pastelería. Se emplean en ensaladas, verduras, tortillas, sopas o helados.
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