Es el fruto del albaricoquero ("Prunus armeniaca"), árbol rosáceo de origen chino. Los salvajes miden unos 4 metros; los cultivados, hasta 10 metros, según la variedad. Es originario del Asia central y oriental, donde aun crece de manera silvestre.
Algunos documentos atestiguan que el árbol se cultivaba en China desde el siglo III antes de Cristo y se hallaban sus frutos presentes en la mesa del emperador, posiblemente ejemplares salvajes.
Se extendió más tarde por Manchuria e Irán, desde donde pasó a Grecia. Los antiguos romanos lo introdujeron -en tiempos de Plinio- en Europa, procedente de Siria y Armenia. Los árabes diseminaron sus especies por toda la cuenca mediterránea.
Hacia el año 800 el cultivo se extendió por Europa central, en particular en hogares pudientes. Es a principios del siglo XVIII que el albaricoquero conoce una gran expansión, estando en principio más bien en jardines de castillos y de monasterios.
La carne del albaricoque es tierna y carnosa, con un perfume y sabor frescos y melosos. Contiene potasio, magnesio, yodo, fibra. La provitamina A, de acción antioxidante, le confiere su característico color anaranjado. El fruto suele comerse fresco, maduro; aunque también se hacen con él confituras y compotas. Cortado en mitades, sin el hueso central, y dejándolo secar al aire y al sol, produce los orejones. Sus huesos se emplean en la industria licorera. Cien gramos aportan 50 calorías. Su Índice Glucémico es de 20.
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